Lucas 16,1-8 ?Los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz?
«En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos: «Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: ?¿Qué es eso que estoy oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando?. El administrador se puso a decir para sí: ?¿Qué voy a hacer, pues mi señor me quita la administración? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa?. Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: ?¿Cuánto debes a mi amo??. Este respondió: ?Cien barriles de aceite». Él le dijo: «Toma tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta?. Luego dijo a otro: ?Y tú, ¿cuánto debes??. Él dijo: ?Cien fanegas de trigo?. Le dice: ?Toma tu recibo y escribe ochenta?. Y el amo alabó al administrador injusto, porque había actuado con astucia. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz».
El Evangelio de hoy nos habla de un tema que tiene mucha vigencia y actualidad: la corrupción. La malversación de fondos públicos y privados que se desvían al interés particular y al enriquecimiento de unos pocos y se olvidan del bien común. El administrador infiel debía ser un corrupto y su práctica delictiva la sostuvo en el tiempo hasta que se vio descubierto. Cuando nos pillan, cuando salen a la luz lo que nosotros pensamos que es secreto nos provoca siempre un shock. Ser descubiertos en nuestras miserias activa inmediatamente el miedo al castigo. Ser descubiertos en nuestras mentiras nos humilla, nos desnuda, pero rápidamente activa nuestro instinto de supervivencia. El administrador que sabe que lo van a echar de su puesto de trabajo agiliza la forma de minimizar el castigo. Mantiene su relación de compadreo con sus socios y cómplices para intentar seguir con su nivel de vida y de privilegio.
La lectura de hoy nos invita a preguntarnos por la honestidad y trasparencia de nuestras vidas. ¿Ocultamos algo a los demás? Porque la vida no se trata de que no nos pillen y seguir con una vivencia ambigua, sino de vivir en humildad, en verdad, en autenticidad. Jesús alaba la agilidad del administrador infiel. Para salvar su propia vida pone en marcha recursos inteligentes y muy lúcidos que le ayudan a sobrevivir. Y Jesús nos pregunta a sus discípulos: ¿Cuánto nos jugamos y ponemos de nosotros mismos para que se implante entre nosotros el Reino de Dios? ¿Cuánto nos jugamos por el Evangelio? Jesús pone en evidencia que hay una vivencia de la fe que no es apasionada. Que se mueve más por inercias, por costumbres, por rutina, que por una verdadera implicación vital en la causa del Reino.
Jesús busca despertar una conversión que nace de la amistad con Jesús y que nos lleva a la generosidad, a la alegría, al compromiso. No intentamos ser buenos para que Dios, nos ame y así ganarnos un espacio en el cielo. Sino que nuestra bondad nace de la cercanía de trato con Dios. Si él nos ama tanto, como nosotros no vamos a amar así a los demás. Nuestra bondad nace de la sobreabundancia de vida y de amor que recibimos diariamente de aquel que sabemos que nos ama.