El evangelio de hoy nos presenta un padre con un hijo poseído por un espíritu inmundo que no le deja hablar, lo tira al suelo. Es la situación del hombre dominado por las oscuras fuerzas del mal. El Papa Francisco nos recuerda cómo nuestra lucha no es solo un combate contra el mundo y la mentalidad mundana, ni se reduce a una lucha contra la propia fragilidad y las propias inclinaciones (cada uno tiene la suya: la pereza, la lujuria, la envidia, los celos, y demás). Es también una lucha constante contra el diablo, que es el príncipe del mal. Jesús mismo festeja nuestras victorias. Se alegraba cuando sus discípulos lograban avanzar en el anuncio del Evangelio, superando la oposición del Maligno, y celebraba: «Estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo» (Lc 10,18)? (Cf. ?Gaudete et Exsultate? 159).

Parece que hemos olvidado de esos «astutos ataques del diablo» de los que habla la Carta a los Efesios. C. S. Lewis con gran ironía y sarcasmo decía, en este sentido: en lo que se refiere a los diablos, la raza humana puede caer en dos errores iguales y de signo opuesto. Uno consiste en no creer en su existencia. El otro, en creer en los diablos y sentir por ellos un interés excesivo y malsano. Los diablos se sienten igualmente halagados por ambos errores, y acogen con idéntico entusiasmo a un materialista que a un hechicero? (?Cartas de un diablo a su sobrino?, Prólogo). Hay épocas históricas en las que esa verdad de la Revelación y de la fe cristiana, que tanto cuesta aceptar, se expresa con gran fuerza y se percibe de forma casi palpable. Y ?debemos ser muy conscientes de que el mal no es una fuerza anónima que actúa en el mundo de modo impersonal o determinista. El mal, el demonio, pasa por la libertad humana, por el uso de nuestra libertad. Busca un aliado, el hombre. El mal necesita de él para desarrollarse.? -Benedicto XVI ?Viaje Líbano 2012.? No podemos ignorarlo y no volvernos al Señor, como el padre del Evangelio, para que Cristo nos ayude con sólo una orden suya: ?espíritu mudo y sordo, yo te lo mando, sal de él?.

Detrás de todo pecado está la intervención del misterio de la iniquidad. La realidad del pecado obra de la libertad del hombre y de factores que se sitúan más allá de lo humano. Donde conciencia, voluntad y sensibilidad están en contacto con las oscuras fuerzas del mal (Juan Pablo II, Exhortación Reconciliación y penitencia 14). Por ello no podemos acudir sin Cristo a ese combate. También nosotros tenemos que pedir a Cristo que ayude nuestra falta de fe.

Nos advertía el Papa Francisco en la Misa Crismal de 2015 a los sacerdotes, pero sirve para todos: ?El maligno es más astuto que nosotros y es capaz de tirar abajo en un momento lo que construimos con paciencia durante largo tiempo. Aquí necesitamos pedir la gracia de aprender a neutralizar ? es un hábito importante: aprender a neutralizar ?: neutralizar el mal, no arrancar la cizaña, no pretender defender como superhombres lo que sólo el Señor tiene que defender. Todo esto ayuda a no bajar los brazos ante la espesura de la iniquidad, ante la burla de los malvados. La palabra del Señor para estas situaciones de cansancio es: «No teman, yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). Y esta palabra nos dará fuerza.

María, auxilio de los cristianos nos haga acudir con confianza a su Hijo Jesucristo para que nos libre de todo mal, de todo pecado.